Normatividad asfixiante

Quizá no sepa con seguridad cuál es mi identidad, pero sí sé que quiero un mundo donde no tenga aguantar que unos chavales se rían de mí por no ajustarme a su criterio y donde realmente pueda decidir cómo me visto, cómo deseo, cómo me vinculo y cómo vivo.

 

Regreso en el metro del entrenamiento leyendo tranquilamente. Levanto la vista para ver por qué estación voy y veo a un grupo de adolescentes que me miran con sorna. Regreso al libro sin darle importancia, pero al rato escucho comentarios que parecen dirigidos hacia mí. Vuelvo a levantar la mirada y los veo riéndose. Uno de ellos lanza el siguiente chiste: “Huele mal, huele a bollo”. Me quedo unos minutos pensando con la mirada clavada en el libro, pero ya sin leer. No me puedo creer que se esté riendo de mí. Dudo si contestarle. Ellos en total son cinco, tres chicos y dos chicas, y no hay nadie más en el vagón. El tiempo pasa y sigo sin contestarles. Me hierve la sangre. Pero el momento ha pasado, las dos chicas se bajan en Núñez de Balboa. Trato de seguir leyendo, pero ya no me concentro. Al final, me bajo en mi parada con un buen cabreo.

Me había prometido a mí misme no permitir este tipo de acoso. Pero, como siempre, no me lo esperaba. O quizás sea una forma de supervivencia ante situaciones de peligro. Eso me había comentado una amiga, cuando le conté que un machirulo me propuso relaciones solo por estar haciendo topless en una playa. Mi respuesta en esa ocasión fue acompañada de una sonrisa. Me cabreé por sonreír a una persona que me estaba violentando. Y en el metro me cabreé de nuevo conmigo misme por ser incapaz de contestar a una panda de niñatos pijos, a los que les hace mucha gracia mi expresión de género.

Sé que no debería culparme por estas situaciones. Que la propia idea de culpa proviene del cristianismo y que esas muestras de machismo y homofobia son propias de la sociedad cisheteropatriarcal en la que vivimos. Pero me encantaría cerrarles la boca a todas esas personas. Saber que decir en esos momentos sin miedos ni mierdas inculcadas por este sistema. Poder liberarme de la prisión que supone vivir en una sociedad neoliberal, cisheteropatriacal, clasista, racista, etcétera.

El encuentro con los chavales del metro me remueve más de lo que me gustaría aceptar. Elles tan aferrades a sus identidades, basadas, entre otras cosas, en atacar a toda persona que perciben como una otra. Y yo planteándome una y otra vez mi identidad, sintiendo que no estoy legitimade a hacerlo y cagándome en el sistema, porque sé que muchas de las cosas con las que cargo me vienen de él.

A pesar de saber que el yo es una construcción social, sigo viviendo la sociedad como una prisión, sigo sin sentir que encajo ahí

Pero la identidad es siempre construida y el ser humano es un ser social, así que ¿qué queda de nosotres si quitamos el peso de la sociedad, la familia y las experiencias? ¿No es la personalidad más que una máscara, pero que al retirarla nos encontramos con el vacío? A pesar de saber que el yo es una construcción social, sigo viviendo la sociedad como una prisión, sigo sin sentir que encajo ahí. Si me ha construido esta sociedad, ¿por qué no encajo? Si las máscaras/personas son un reflejo de las relaciones de poder de este sistema, ¿qué ocurre con quienes nos quedamos en los márgenes porque no entramos en sus categorías?

Esto me recuerda a algo que leí en el libro de Vidas no binarias: “Si una persona está sola en un bosque, ¿tiene acaso género?” (Mina Tolu). Cuando leí esta frase recordé que ya desde niñe me gustaba ir al bosque y me gustaba ir sole porque era un espacio de libertad, un espacio sin normas que cumplir ni estereotipos. Me hubiera gustado saber lo que es el género y la posibilidad de diversidad que hay, ya que, cuando yo era niñe, no se hablaba sobre personas trans y menos aún sobre no binarismo. Yo no tenía referentes o, al menos, no muchos. Aunque agradezco la figura de George de las novelas de Los cincos de Enid Bylton, ya que fue unos de los pocos personajes de la ficción con el que me pude identificar.

De pequeñe quería ser un chico. Siempre que jugaba me pedía un papel masculino y me cambiaba de nombre con frecuencia. Mi padre y mi madre no hacían más que regañarme. Sobre todo, recuerdo una bronca de mi padre, no sé a raíz de qué, en la que me dijo que me miraba entre las piernas para ver qué es lo que tenía. Hablando con otra amiga ya de adulte me di cuenta de la violencia que supuso aquello. Supongo que de niñes no nos damos cuenta de las cargas que nos van poniendo encima.

Ya no me identifico con el género masculino. Posiblemente porque no me es posible identificarme con un grupo que ha ejercido una opresión sobre mí. Tampoco me identifico del todo con ser mujer, nunca lo hice. Pero sí con las violencias que vivimos las mujeres en una sociedad patriarcal. Aunque esta violencia recaiga sobre toda persona que no encaja dentro del sistema, no solo las mujeres.

Si no hubiera vivido la discriminación propia de este sistema hacia las mujeres, no sé si mi identidad sería la misma. Pero si no hubiera vivido esas discriminaciones y violencias, ya sean psicológicas, emocionales o físicas, ¿importaría el género? A veces pienso que es solo una etiqueta para ver quien entra dentro de lo normativo y quien se queda fuera. Una etiqueta idealizada, que ninguna persona cumple, pero que la mayoría finge. ¿Cómo se puede cumplir con una idea, con una abstracción creada por un sistema de poder? ¿Qué es ser mujer o ser hombre, al margen de los clichés propios de este sistema?

La identidad se construye. A veces con nuestras elecciones, otras con las elecciones de los demás, pero sobre todo con la presión de la estructura social, con las categorías que usamos para entendernos y que van normalizándonos.

Habrá gente que me diga que hay una biología detrás, unas hormonnas, unos genitales (como ya me dijo mi padre de niñe) y un cuerpo. Pero el cuerpo también es construido y la biología no es ni tan rígida ni tan determinante como puede parecer. Ni el sexo ni el género son lo mismo ni son categorías rígidas a las que acogerse. Además, la mayor parte de las características que damos a cada género dentro del sistema binario no tienen que ver con la biología, sino con la cultura. Recordemos a Simone de Beauvoir con su frase “no se nace mujer, se llega a serlo”. No se nace ni mujer ni hombre ni ninguna otra dicotomía que nos trate de imponer este sistema. La identidad se construye. A veces con nuestras elecciones, otras con las elecciones de los demás, pero sobre todo con la presión de la estructura social, con las categorías que usamos para entendernos y que van normalizándonos..

Pero, entonces ¿qué es ser mujer? Si es un rol cultural y yo no encajo ahí, ¿qué problema hay en que me construya mi propia identidad? Y si es un rol, ¿no seríamos todes más libres si lo aboliéramos? ¿Si dejáramos de definir a las personas con unas etiquetas falsas? ¿Seríamos capaces de no poner etiquetas? Es algo que hace el ser humano de forma natural, clasifica lo que ve y de esta forma conoce la realidad. Pero no es lo mismo categorizar sobre las especies de animales o árboles, que sobre las personas. Y mucho menos que esas categorías sirvan para generar relaciones de poder y discriminación.

Todes usamos categorías, todes nos identificamos con las nuestras y nos distanciamos del otre. La identidad se construye en parte con base en esta distinción y a la pertenencia al grupo propia del ser humano. Mi grupo, mi tribu, es aquella con la que comparto ciertos rasgos, ya sean sanguíneos, culturales, de género, por pensamiento político, etcétera. El problema no es que busquemos nuestro hueco y nuestra tribu. Somos seres sociales, nos necesitamos les unes a les otres. El problema es cuando esos grupos se vuelven rígidos, como prisiones; cuando se usan para generar odio y violencia.

De esto no faltan los ejemplos hoy en día. Los chavales con los que me crucé en el metro son una muestra de ello. Su identidad es consecuencia directa de los discursos de la extrema derecha y de un sistema cisheteropatriarcal. Esos discursos crean una realidad, en la que el otre es un enemigo, ya sea un chaval marroquí o senegalés, ya sea una persona trans o racializada. Su identidad está basada en el miedo hacia le otre, en una normatividad rígida y en el odio al diferente.

Quizás no se pueda abolir del todo el género ni todas las diferencias y categorías creadas por la sociedad. Pero ¿y si las hacemos flexibles? ¿Y si consideramos que no es imprescindible encajar en una normatividad asfixiante? ¿Y si abrimos nuevas categorías para que todes nos sintamos cómodes? En biología, uno de los saberes donde se aplica esta costumbre nuestra de categorizar, se está viendo que las categorías no siempre sirven y que hay que abrir nuevos espacios para seres vivos que no encajan ni en animal ni en vegetal. Si esto ocurre en la naturaleza, si las categorías ahí son flexibles, y si se tiene la mente lo suficientemente abierta para repensar las etiquetas, con mayor motivo deberíamos hacerlo para los seres humanos. Hay culturas que aceptaban, antes de la llegada de la cultura occidental y cristiana, hasta cinco géneros distintos. ¿Por qué cerrarnos en un sistema dicotómico?
Este sistema no solo lo divide todo en dos conceptos o categorías, sino que coloca a una de ellas por encima de la otra. Al varón por encima de la mujer, al blanco por encima de cualquiera persona racializada, a la persona que tiene una funcionalidad considerada normal por encima de la que tiene diversidad funcional, al hetero por encima de cualquiera que acepte una diversidad en sus relaciones afectivo- sexuales. No solo se nos encierra en un sistema binario, sino que encima este sistema se basa en unas relaciones de poder constante.

Ante esta prisión, este constante vigilar a las personas para castigarlas cuando se salgan de la norma, cabe la desobediencia, cabe abrir las categorías, hacerlas flexibles

Ante esta prisión, este constante vigilar a las personas para castigarlas cuando se salgan de la norma, cabe la desobediencia, cabe abrir las categorías, hacerlas flexibles. Cabe optar por una anarquía relacional. En lugar de una normatividad rígida que nos diga cómo desear, cómo sentirnos con nuestra identidad, con nuestro cuerpo o nuestra sexualidad, al final, cómo vivir, en lugar de todo esto abrir grietas para crear formas distintas de ser, formas en las que entremos todes. La anarquía relacional supone aplicar la perspectiva anarquista para la forma en la que vivimos nuestras relaciones y nuestra identidad. El anarquismo es antiautoritario, busca eliminar las jerarquías que generan relaciones de poder. Las categorías respecto al sexo, al género y a la sexualidad conducen en esta sociedad a unas jerarquías y unas relaciones de poder, que legitiman a unos chavales a insultarme y reírse de mí. Rompamos esas jerarquías.

Termino con una cita del libro Anarquía relacional de Roma de las Heras, Beatriz Herzog y Belo C. Atance: “(La anarquía relacional) Pone en cuestión que haya unas maneras más ‘naturales’ que otras de vincularse, convivir o formar familias, y abre el mapa de posibilidades: de las normas sociales (una forma para todo el mundo) a la autogestión (nosotras vivimos, nosotras decidimos). Aspira a que ganemos autonomía en la toma de decisiones sobre cómo nos vinculamos, y cómo navegamos las diferentes situaciones en nuestras vidas cotidianas”.

Si esta idea la aplicamos no solo a las relaciones, sino a toda nuestra vida, ¿Dónde queda la discriminación? ¿Dónde los problemas con las distintas identidades? Quizá no sepa con seguridad cuál es mi identidad, pero sí sé que quiero un mundo donde no tenga aguantar que unos chavales se rían de mí por no ajustarme a su criterio y donde realmente pueda decidir cómo me visto, cómo deseo, cómo me vinculo y cómo vivo.